Mi abuela Rosa adoraba las plantas, les dedicaba tiempo y amor para hacerlas crecer. En sus últimos años de vida estuvo en silla de ruedas y aun así seguía al cuidado de sus plantas. En varios ocasiones escuche el – nena ayúdame aquí, hay que cambiar esta “mata” de este tiesto para que siga creciendo. Según entendí en esas clases de plantas que poco me interesaban hasta hoy, si se deja en el tiesto pequeño la plantita dependiendo de su fortaleza, crecerá y romperá el tiesto o simplemente no crecerá más y en peor de lo casos se marchitará.
Jamás pensé que eso ratos con abuela me dieran hoy la confirmación que hay que cambiar de tiesto para crecer, para desarrollarnos a nuestro máximo potencial.
Todos crecemos de manera orgánica, casi sin darnos cuenta y llega es momento en el que nos sentimos incómodos donde estamos, el espacio se nos hace pequeño para seguir creciendo.
En el ámbito laboral, en ocasiones tenemos que movernos de tiesto, no a una más alto, ni más ancho, simplemente a uno que nos dé el espacio necesario para seguir desarrollándonos. Sólo conociendo nuestro potencial alienando con nuestras metas sabremos que es lo que necesitamos.
En las relaciones con los demás es igual. Con los hijos, movernos de tiesto puede ser tan simple como adaptar nuestras actividades con ellos, ya la niña de 11 años no va querer mecerse en un columpio, ya creció. En las relaciones de pareja, hay que movernos a la par, si uno crece mucho y se queda en el mismo tiesto del que no crece, ambos estarán incómodos y limitándose mutuamente.
La analogía es simple, para seguir creciendo y expandiendo nuestro ser hay que moverse.